El trastorno del espectro autista (TEA) consiste en un trastorno de origen neurobiológico que afecta la forma en la que una persona percibe y socializa con los demás, causando problemas en la comunicación y la interacción social. Las personas con este trastorno también se caracterizan por patrones de conducta restringidos y repetitivos. Es importante señalar que el término «espectro» hace referencia a que existe un amplio abanico de síntomas y diferentes niveles de gravedad dentro de este trastorno.
Varios de los signos característicos del TEA comienzan durante la infancia temprana, y es importante estar alerta para poder llevar a cabo una detección temprana.
Algunos de ellos son:
- No responden a su nombre cuando tienen un año.
- Evitan el contacto visual y quieren estar solos.
- Presentan dificultades a la hora de relacionarse con los demás o no manifiestan ningún interés por los demás.
- No señalan los objetos para demostrar su interés cuando tienen 14 meses, ni miran los objetos cuando otra persona los señala.
- No juegan a juegos de simulación (“darle de comer” a un muñeco) a los 18 meses.
- Presentan retrasos en el habla y el lenguaje.
- Repiten acciones y/o palabras o frases una y otra vez (ecolalias).
- Tienen dificultades para comprender los sentimientos de los demás y para hablar de los suyos propios.
- Presentan dificultades para adaptarse cuando hay un cambio en la rutina por pequeño que sea.
- Tienen intereses obsesivos.
- Aletean las manos, giran en círculos o se balancean.
- Tienen reacciones poco habituales al sonido, el gusto, el olor o el tacto de las cosas.
El TEA acompaña a la persona a lo largo de toda su vida, aunque cabe señalar que sus manifestaciones y necesidades van cambiando en función del momento evolutivo en el que se encuentre y de las experiencias adquiridas. Por ello, se considera necesario realizar un abordaje integral orientado a facilitar apoyos individualizados y enfocados en mejorar la calidad de vida de cada persona.